El principal interés que guía la reflexión contenida en este ensayo es hurgar, desde el contexto de la ciudad que vivimos, caracterizada por la complejidad y la diversidad, la posibilidad de propiciar la convivencia ciudadana, especialmente a través de acciones cohesionadoras.
Una de las premisas de las que partimos es que “vivimos en un mundo de ciudades”, en el entendido de que el mayor porcentaje de la población del planeta se encuentra asentada en espacios urbanos. Puntualizamos en este sentido que, “…la ‘sociedad urbana’ es definida ante todo como una cierta cultura , la cultura urbana , en el sentido antropológico del término, es decir, un cierto sistema de valores, normas y relaciones sociales que poseen una especificidad histórica y una lógica propia de organización y de transformación…” (Castells, 1974: 95). Más aún, nos sentimos convocados a ratificar que, “…la realidad sociocultural de la gran ciudad es siempre compleja, múltiple, intrincada, contradictoria, reiterativa y en transformación…” (Ianni, citado en Mendoza, 2005:10).
Una de las características que a efectos de este trabajo se quiere resaltar de la vida urbana es la pluralidad, y esto hace referencia a lo diverso. La ciudad asiste a un contexto caracterizado por la pluralidad, representada en la diversidad de formas, de estilos y de modos de vida, sin embargo, para agregar cierto grado de complejidad, se suma otra condición: una pluralidad de sentidos que resulta de la ausencia de un único sistema de valores. En palabras de Manuel Delgado (1999: 23), se trata de “…un estilo de vida marcado por la proliferación de urdimbres relacionales deslocalizadas y precarias…”.
Desde esta perspectiva “…lo urbano consiste en una labor, un trabajo de lo social sobre sí: la sociedad ‘manos a la obra’, produciéndose, haciéndose y luego deshaciéndose una y otra vez, empleando para ello materiales siempre perecederos” (Delgado, 1999:25). En esta misma dirección, Augé (2001) acota el término sobremodernidad, para explicar el proceso que se sintetiza en: una aceleración de la historia, un estrechamiento del espacio y una individualización de los itinerarios o de los destinos. En todo caso, insiste el autor que “...la sobremodenidad afecta simultáneamente a nuestras representaciones del espacio, a nuestra relación con la realidad y a nuestra relación con los demás” (Augé, 2001: 115).
En medio de este panorama, los tiempos que corren nos exigen volcar la mirada al asunto de la cohesión social, entendida como una exhortación a caminar juntos, a lanzarnos a la aventura de sentirnos parte de algo. Lo cual implica fundamentalmente pensar acciones que signifiquen el pegamento de esta diversidad sin negarla, ni aplastarla…
De la concepción de cohesión social
En medio de la complejidad característica de la ciudad, hoy hacemos una pausa en la comunidad de encuentro, en la posibilidad de establecer lazos y conexiones entre las personas que habitan la ciudad, se pone especial interés en la posibilidad de cohesión en el ámbito local, cuyos moradores pueden eventualmente compartir una historia, unos valores.
La cohesión social, entendida fundamentalmente como la posibilidad de que los ciudadanos compartan un sentido de pertenencia, al tiempo que tomen parte activa en los asuntos públicos,y que tengan la posibilidad de reconocerse y tolerar las diferencias . En suma, la cohesión social ofrece importantes pistas para fortalecer los vínculos entre las personas que residen en una ciudad, a través de acciones conducentes a propiciar la convivencia ciudadana.
Cinco componentes resultan fundamentales a destacar sobre la concepción de cohesión social, siguiendo la propuesta de Alberto Enríquez Villacorta y Carlos M. Sáenz (2012).
1. Inclusión e igualdad , entendida como el compromiso con la justicia distributiva y la equidad. Es importante destacar que la inclusión trasciende la esfera laboral y económica, supone la existencia de un sistema de protección social capaz de garantizar seguridad y apoyo a todas las personas ante la vulnerabilidad y la existencia de riesgos, situaciones o necesidades específicas.
2. Legitimidad , referido fundamentalmente a que la cohesión social es una construcción colectiva, es decir, no se reduce a una suma de individuos yuxtapuestos y requiere de manera especial de la legitimidad de las instituciones. En este componente se reconoce la acción estratégica de las instituciones (tanto públicas como privadas) en tanto que mecanismos o espacios de intermediación que aseguran los vínculos entre los individuos.
3. Participación en las cuestiones públicas, en el entendido que, para que exista la cohesión social, las responsabilidades no puede recaer de manera exclusiva sobre los entes gubernamentales, sino que los ciudadanos asumen que tienen una cuota de responsabilidad.
4. Pertenencia, se refiere a la posibilidad de «conectividad social» en cuyo marco los ciudadanos comparten valores y compromisos básicos. Un aspecto que se debe cuidar en este sentido es el sentimiento de aislamiento que pueden experimentar algunos individuos o grupos social en ciertas circunstancias.
5. Reconocimiento de las diferencias, sean estas de carácter religioso, cultural, político, étnico, de valores. Dentro de esta arista de la cohesión social se quiere destacar particularmente que, “ Los ciudadanos que perciben que los otros los aceptan y reconocen, contribuyen a la cohesión social; esta se ve amenazada, por el contrario, por las diversas prácticas de rechazo e intolerancia, así como por esfuerzos excesivos por la unanimidad o la homogeneidad sociales” (24).
Este quinto y último componente de la cohesión social resulta cardinal para la reflexión que se adelanta en este ensayo. El reconocimiento de la diferencia, es tan complejo como preponderante en el mundo urbano en el que vivimos, cuya condición principal es que está repleto de diferencias.
Valorando la diferencia: el reconocimiento y respeto al otro
Siendo este aspecto de la diferencia y más aún, su reconocimiento, un aspecto esencial en el recorrido que se emprende, es oportuno apropiarnos de la discusión que sobre alteridad se viene adelantando desde la antropología, particularmente para ganar criterios para pensar y actuar sobre este asunto. Lo primero que se advierte, desde una consideración etimológica, es que la alteridad , proviene del latín alter, el “otro”, considerado desde la posición del “uno”, es decir, del yo; es el principio filosófico de alternar o cambiar la propia perspectiva por la del “otro”. Llamado de atención que nos parece oportuno de cara a la cohesión social.
Como destaca Miguel Ángel Perera (2018), desde una perspectiva filosófica, la alteridad implica “…el esfuerzo, mayormente fallido, de ponerse en el lugar del otro y relativizar la perspectiva propia con la ajena” (Perera, 2018: 15). En este sentido, vale la pena mencionar que, hablar de alteridad nos remite necesariamente al asunto de la identidad, cuestión esta que también es de vital importancia en el tratamiento de la cohesión social.
Tal como lo destaca Marc Augé (1993), la alteridad e identidad son inconcebibles la una sin la otra, es decir, la relación ocupa el centro de la identidad. Forster (2009), al respecto enfatiza que, lo que realmente nos vuelve humanos es justamente la interpelación del Otro, el cual puede irrumpir en la propia autonomía, llegando incluso a romper la autorreferencialidad.
Amodio (s/f), al revisar la obra de Marc Augé titulada Dios como objeto, Símbolos-cuerpos-materias-palabras, indica que, en el asunto de la identidad, el sistema simbólico funciona en cuanto es relación. Esta situación representa la paradoja del ser social: para encontrarse a uno mismo, es necesario encontrar a los otros.
A propósito de la diversidad que nos ocupa, Schütz (1972) sugiere que el mundo social no es homogéneo, al contrario, viene dado por un complejo sistema de perspectivas heterogéneas y diferentes. Interesa destacar, teniendo en cuenta el interés en propiciar vínculos entre los ciudadanos que, la proximidad o la lejanía define la relación del nosotros con los otros, es decir, se ubica en la alteridad. Se configura de esta manera la relación de “nosotros” y la de “ellos”; en la relación nosotros, yo me experimento a mí mismo a través de usted y usted se experimenta a sí mismo a través de mí. La relación “ellos” se caracteriza por involucrar tipificaciones con un grado de concreción menos que aquellas con las que intento conocer a los próximos, es decir, en el ellos se tipifican y establecen las diferencias.
En medio de estas cuestiones asociadas a la alteridad y a la manera como los ciudadanos van construyendo el encuentro y la distancia con los otros, retomamos con Joan-Carles Mèlich (2009), el asunto de la identidad, la cual siempre se produce en un contexto, conformado tanto por relaciones, como por tradición y cultura. Al respecto, insiste el autor en que, “Nuestro modo de ser en la vida, nuestras relaciones con los demás, dependen de la situación en la que nos encontremos” (86). Al respecto, resulta oportuno mencionar, desde la propuesta de Berger y Lukman (1968), la importancia de la vida cotidiana en la elaboración de estos vínculos y tensiones; esto porque la vida cotidiana contiene esquemas tipificadores en cuyos términos los otros son aprehendidos y “tratados” en encuentros “cara a cara”. A modo de ejemplo se puede mencionar que se aprehende al otro como hombre, latinoamericano, parroquiano, vecino, etc. Estas tipificaciones inciden en la manera en que ocurre la interacción con el otro. Adicionalmente, las situaciones en las que ocurre el encuentro cara a cara son recíprocas, es decir, “…el otro también me aprehende de manera tipificada” (Berger y Lukman, 1968: 47). En este contexto puede ocurrir un proceso de negociación para lograr la relación entre los diferentes, pensamos entonces que cobra sentido el reconocimiento del otro, respetando sus diferencias, como componente importante de la cohesión social.
Sobre esa negociación que tiene lugar en la construcción de la alteridad, resulta importante indicar el rol importante que juega la historia personal y la historia compartida. En palabras de Mèlich (2009), “…siempre estamos obligados a ‘enlazar’ con lo que hemos sido, con lo que nos han legado, con lo que ya éramos. Somos herederos. Una herencia es un conjunto de valores, hábitos, instituciones en las que cada uno de nosotros se encuentra situado” (85), desde nuestro punto de vista, esta tarea significa identificar los elementos compartidos o comunes y potenciarlos para hacer de ellos un pegamento social. Por su parte, Perera (2018) insiste en la relevancia de la memoria colectiva en la construcción tanto de la identidad como de la alteridad. En este sentido, es oportuno advertir que, la memoria puede ser tanto cohesionador como divisor de identidades, dependiendo del punto de vista que prevalezca en la historia narrada.
Desde la perspectiva de Guerrero Arias, en las relaciones de alteridad, es donde se resuelve lo que nos es propio y lo que nos hace distintos. Justamente, esa dialéctica pertenencia/diferencia, genera una frontera simbólica entre la propiedad y la ajenidad. Corresponde a la pertenencia, lo propio, mientras que a la diferencia le corresponde lo ajeno. Se trata de fronteras, dentro de las que los individuos o grupos sociales pueden delimitar el espacio social donde ejercen su “soberanía” cultural; “…la violación de esas fronteras simbólicas puede llegar a ser motivo de conflicto” (Guerrero Arias, 2002:102).Como lo advierte Vicherat (2007), asumir la identidad como un proceso, que se define y adquiere forma de manera relacional, es también asumir que es producto de relaciones sociales, que se genera a través de la experiencia que cada sujeto tiene al estar con otros.
Por otro lado, al componente relacional de la identidad, se suma un componente espacial. Sobre este particular Valera y Pol (1994), mencionan que,
La relación entre individuos y grupos con el entorno no se reduce sólo a considerar este último como el marco físico donde se desarrolla la conducta, sino que se traduce en “diálogo” simbólico en el cual el espacio transmite a los individuos unos determinados significados socialmente elaborados y éstos interpretan y reelaboran estos significados en un proceso de reconstrucción que enriquece a ambas partes. Esta relación dialogante constituye la base de la identidad social asociada al entorno (Valera y Pol, 1994: 7-8).
Interesa pensar en la influencia que el contexto puede tener sobre la construcción de la identidad/alteridad. Las reflexiones adelantadas conducen a pensar que la elaboración de la identidad/alteridad en el espacio público presenta ciertos elementos que pueden atentar en contra de las posibilidades de encuentro y de dialéctica entre sus usuarios. Interesa, a los efectos de esta indagación, destacar que una de las cuestiones que puede transgredir las posibilidades de cohesión es la (in)seguridad. Consecuentes con estas ideas, el siguiente apartado se dedica a escudriñar sobre el tema.
A partir de la revisión que se ha realizado a propósito de este análisis, es viable argumentar que, la identidad puede, por un lado, fortalecer la cohesión social, es decir, puede aglutinar a un grupo de individuos para dotarlo de una visión colectiva compartida; pero por otro lado, es necesario advertir que la identidad puede ser fuente de intolerancia y conflicto, hasta llegar a generar expresiones de discriminación, etnocentrismo, racismo y heterofobia.
El caso venezolano: cohesionar en la diversidad
Venezuela representa un interesantísimo caso para pensar el asunto de la cohesión social como herramienta para dar valor a la diferencia y construir un proyecto comunitario conjunto.
Un aspecto de vital importancia para encaminar la breve discusión que acá se presenta es que, en Venezuela, a partir de 1998, a través de un proceso electoral gana los comicios presidenciales Hugo Chávez, con lo cual un proyecto de izquierda asciende al poder y cuyos principales ofrecimientos desde la campaña electoral fueron la reivindicación de la justicia social y profundización de la democracia con inclusión social. La llegada de este nuevo proyecto político al poder ha significado una clara diferenciación entre grupos afectos al gobierno y grupos de oposición al mismo. Este desacuerdo se ha manifestado de manera contundente, asumiendo la forma de polarización política, cuyas expresiones adquieren mayor o menor fuerza en distintos periodos de la historia reciente de Venezuela.
Vale la pena destacar que, algunas características de este proyecto político, no son exclusivas del caso venezolano, sino que se hacen presente en otros gobiernos de izquierda en la región latinoamericana. Se acentúa en este sentido, en primer lugar, una negación de las políticas y retóricas neoliberales que se instalaron desde finales de los años 80; en segundo lugar, una ruptura con centros y actores globalizados, así como una constante pronunciación antiimperialista; en tercer lugar, un acento en políticas sociales y redistributivas de las riquezas (Cf. Antillano, 2016). Otro hecho que marcó la vida política del país es la muerte del entonces presidente Chávez, en el año 2013, a partir de entonces se intenta mantener el pensamiento y proyecto político, a través de la figura de Nicolás Maduro Moro, quien asciende al poder luego de su fallecimiento.
La polarización política que ha impregnado la vida política del país en los últimos años ha generado impactos negativos sobre las formas de convivencia en términos generales. Una ruptura que ha devenido, entre otras cosas, en una negación del otro, en términos de la diferencia que puede significar ubicarse en una u otra posición (de derecha o de izquierda), al tiempo que ha acarreado la pérdida de legitimidad de las instituciones para una parte importante de la población. Asistimos pues a una alteridad alterada, y por ende con serias dificultades para cohesionarse. Estos dos aspectos son fundamentales al momento de pensar la cohesión social, significan pues una invitación a hacer una pausa para redescubrir en la historia del país, aquellos elementos que pueden servir de pegamento social, que puedan re direccionar un proyecto que aglutine a los venezolanos, que como se mencionó al inicio, no niegue la diferencia si no que la capitalice en favor de una ciudad cohesionada, que goce de igualdad de oportunidades. Esto implica, en el caso mencionado, un reconocimiento de las opiniones y percepciones sobre la realidad que les atañe. Es decir, buscar una identidad común, con miras a la integración de la población en un proyecto común. Es pues tarea de otro ensayo profundizar en esos elementos que están enraizados en la cultura venezolana, pero que han sido solapados con las diferencias políticas mal direccionadas.
Consideraciones finales
Para concluir, es preciso acotar que, la ciudad es más que una concentración de la población en edificaciones, adquiere en este sentido una triple condición, por un lado, es escenario de relaciones sociales múltiples que permitan la constitución ciudadana.En segundo lugar, es un espacio donde se concentra la diversidad y la heterogeneidad en toda su expresión, produciendo múltiples y simultáneas identidades colectivas.En tercer lugar, la ciudades el ámbito fundamental para la mediación social entre lo individual y lo público, ser la instancia privilegiada de regulación y universalización de los intereses (Carrión, 1997).
A partir de la revisión que se ha realizado a propósito de este análisis, es viable argumentar que, la identidad puede, por un lado, fortalecer la cohesión social, es decir, puede aglutinar a un grupo de individuos para dotarlo de una visión colectiva compartida; pero por otro lado, es necesario advertir que la identidad puede ser fuente de intolerancia y conflicto con los otros, los diferentes, hasta llegar a generar expresiones de discriminación, etnocentrismo, racismo y heterofobia.
Ante esta preocupación, la cohesión social se deriva en una interesante opción para hacer frente a la intolerancia, considerando siempre la necesidad de garantizar sus cinco componentes, a saber: la inclusión e igualdad, la legitimidad, la participación, la pertenencia y el reconocimiento de las diferencias propias de la vida urbana y en general, producto de las relaciones humanas.El fomento de la cohesión social, en estos términos, aumentalas posibilidades de alcanzar un óptimo desarrollo local.
Escribir estas líneas sugiere que se piense, como un aspecto fundamental de la cohesión social, no perder de vista los siguientes aspectos:
1.Propiciar espacios ciudadanos de encuentro, con énfasis en el reconocimiento y el respeto por las diferencias culturales.
2.Fomentar el reconocimiento, el respeto y la valoración de la diversidad social, cultural y política.
3.Propiciar la participación activa de los ciudadanos en los asuntos de su interés.
Por otro lado, en términos de las indagaciones que se vienen adelantando en el campo de la Cohesión Social y la diversidad, es oportuno profundizar, a través de investigaciones en casos particulares de Venezuela, que permitan identificar las potencialidades locales para favorecer el desarrollo local.
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