Este año y medio que tenemos de pandemia se ha presentado como un reto mundial, en todos los sentidos posibles. Nos ha afectado tanto en la vida social como en la personal, en nuestros trabajos, en nuestra forma de ver el mundo, incluso en la manera de sonreír, que ahora hacemos con la mirada. Vivir todo esto ya ha sido difícil, pero vivirlo en un país como Venezuela es un reto mayor.
En Venezuela las medidas de la pandemia son extrañas, le llaman cuarentena intermitente, lo que permite tener una semana “flexible” en la que todo puede abrir con “normalidad” y una semana “radical” donde en teoría todo debería cerrar. Así las escuelas, comercios, trabajos, ministerios, embajadas... deben estar abiertos una semana si y la siguiente no, sin embargo, la mayoría permanecen abiertas, con las puertas cerradas, trabajando a “escondidas”.
Siempre hay que usar tapabocas y deben proporcionarte gel y medirte la temperatura en cada lugar al que entres y durante las semanas flexibles te puedes movilizar con normalidad por todo el país, comer en restaurantes, ir a discotecas, fiestas, etc., “como si nada pasara”.
Desde que empezó la pandemia, en marzo del 2020, se ha ido haciendo así, pero desde febrero del 2021,se han ido incrementando en el país los casos de COVID-19 de forma alarmante, por lo que desde el 8 de marzo 2021 se mantuvieron las escuelas y centros educativos cerrados hasta este mes de mayo-junio cuando empezaron a reincorporarse para el cierre del año escolar. Muchas personas están o estuvieron enfermas (incluso yo tuve COVID-19), muchas personas sufrieron pérdidas de familiares y amigos... todo es muy difícil y hace replantearse las prioridades en este momento de vida, ¿qué es más importanteque la salud física y mental?, todos tenemos miedo, porque es difícil estar en un país donde la salud pública no es buena, donde las vacunas gratuitas requieren de horas de cola e incertidumbre, donde sólo si tienes seguro médico puedes acceder a un buen servicio médico... Es difícil retomar rutinas, es difícil pensar en otra cosa.
Si tuviera que definir a Venezuela en una palabra diría “complicada”.
Con este contexto empiezo yo mis prácticas profesionales en enero, intentando en lo posible de abrir ese espacio de escucha y creación, tan necesario para los niños, niñas y maestras del Colegio Bicentenario de Bolívar, ubicado al oeste de Caracas. Es una escuela pequeña, con estudiantes de clase media-baja que viven en zonas como El Paraíso, Montalbán, La Vega, San Martín, Puente Hierro...
Lo primero que percibí fue la duda ante lo que es la arteterapia, en este país se habla poco de esta disciplina, se asocia con la psicología o con otras terapias alternativas no profesionales, se cree que va de la mano de las interpretaciones psicoanalíticas o por el contrario del arte como terapéutico, pero no se conoce qué es en sí. Hay pocos profesionales que ofrezcan sus servicios de arteterapeutas.
Las primeras sesiones fueron desafiantes para todos, conocernos, entender de qué va esto, conocer la dinámica del grupo... Los niños y niñas suelen entrar muy rápido en un estado de juego, de diversión, como si olvidaran todo lo que ocurre fuera del espacio terapéutico. Echaban en falta el contacto con otros compañeros, ir a su colegio, ver a sus maestras... Salió mucho esa emoción de reencontrarse en un espacio nuevo, en un espacio diferente a los que habían conocido antes y al mismo tiempo tan familiar y cercano como lo es su colegio.
Los niños/as en mi país son muy resilientes, pueden ver y enseñarnos a los adultos los colores de la vida, pueden ser amorosos, empáticos, divertidos, aun cuando la situación diaria sea todo lo contrario. Me sorprendió ver la consciencia de todo lo que está pasando, el no quitarse el tapabocas durante las sesiones, el saber los riesgos, el cuidar a sus compañeros, explicarles que hay “corona virus”, que la semana que viene es radical o flexible... y, aun así, disfrutar al máximo de las horas de creación. En cada sesión preguntaba cuánto faltaba para la siguiente, y si los encontraba en la calle salían corriendo a preguntar lo mismo. En las sesiones se hablaban de las emociones, de la pandemia, de sus vidas, del día a día, de su colegio, de sus conflictos... Y por supuesto se creaban obras con pinceles, colores, pinturas, rotuladores, folios y todos los materiales de los que disponíamos en el espacio terapéutico.
Cuando nos tocó ir a casa y suspender las sesiones presenciales la dinámica cambió, ya no veían las sesiones tan divertidas, las creaciones eran escasas, diferentes en forma y fondo, cada uno/a se sentía distante y el arteterapia era “como un peso más”. Ver clases online no es la mejor estrategia con niños y niñas pequeños (de 4 a 12 años), se saturan rápido, se distraen y pierden el interés por lo que están haciendo. Cada sesión era como ponerles más carga a las escolares.
En estos meses hubo momentos de crisis, muchos niños y niñas empezaron a presentar síntomas de ansiedad, hiperactividad, agresividad... necesitaban volver al cole, necesitaban salir de casa y ver a otras personas, necesitaban ayuda. El espacio de arteterapia siempre estuvo disponible para ellos de forma online, y por momentos parecía una salida a lo que estaban viviendo, pero no era lo mismo, no se sentía igual. Las terapias online han sido muy necesarias durante este tiempo de pandemia, pero para los niños y niñas no parece ser suficiente, necesitan la cercanía, un espacio físico diferente al de su casa, materiales distintos a los que llevan al colegio en sus mochilas, necesitan poder estar lejos de sus padres y madres esa hora y media. Definitivamente fue un reto para ellos/as (y para mí) tener esas sesiones a distancia, esto sin contar los problemas de conexión, de falta de recursos materiales y tecnológicos mejores, la escases de privacidad en las sesiones y al momento de crear y otras situaciones diarias que se viven en el oeste de Caracas (inseguridad, tiroteos, racionamientos de agua y luz, etc.).
A veces me pregunto, ¿qué tan efectiva puede ser una terapia cuando las personas que asisten no tienen sus necesidades básicas cubiertas? Como la seguridad, la alimentación, la luz, el agua...
Cuando volvimos a las sesiones presenciales esa pregunta se respondió sola, aun cuando no parezca gran cosa, los niños/as, adolescentes y adultos/as necesitan poder expresarse, relacionarse de forma sana en espacios seguros, necesitan ser escuchados, necesitan cuidar su salud mental tanto como la física, sobre todo viviendo en un país donde la incertidumbre, lo complicado, el conflicto, es lo que abunda.
Creo que este es justo el momento para concientizar la necesidad cuidarnos mentalmente y de cuidar la salud mental de nuestros niños, niñas y adolescentes... creo que nuestros pequeños/as nos lo piden y disfrutan el poder tener ese espacio, para ellos/as que son seguros como el que proporciona el arteterapia, en el que además desarrollan su creatividad, se expresan emocionalmente y se relacionan de forma sana con otros niños y niñas.